Monday, May 14, 2007

Procrastinating

A los de Caza de Letras les pusieron una tarea: describir un espacio cerrado y uno abierto. El límite para entregarlo era hoy a las 8 am (11 pm horario Melbourne). Yo a las 5 pm tenía que haber entregado mi reporte acerca de los Dandenong Ranges, son las 5:05, no lo hice. Hace una hora me dí cuenta de que no lo iba a acabar, así que decidí mejor catafixiar mi tarea por la de los blogueros de Caza. Como siempre, parece que no tengo nada que hacer, pero bueno, al menos me relajé mientras escribía. Sólo hice la descripción del espacio cerrado, y ocupé el doble de caracteres sugeridos. Para mi mala fortuna, mi talento es escaso y nunca podría participar en un concurso como ése. Para mi buena fortuna y mala para ustedes, tengo este blog donde puedo compartir mis escritos chafas con mis amigos. Ahí les va el resultado:

El latido de mi corazón acelera un poco más. El sonido de los violines anuncia el inicio de mi escena favorita. Miro a mi alrededor, hay cabecitas humanas por todos lados, cada una de ellas mirando hacia el escenario. El duque de Mantu responde a ellas con una voz imponente, que logra enchinar mi piel. Toda la escena, en conjunto, es simplemente perfecta. Me distrae el movimiento del pelo del director de la orquesta, que de lejos, parece ser de corta estatura; quién sabe si es la óptica la que me engaña. El tenor en el centro sigue cantando, cínicamente, mientras la mujer de cabellos largos a la que le rompió el corazón, lo observa desde la esquina derecha, escondida, llorando. Yo lloro también, emocionada, ya no me distrae nada más, ni el inmenso público presente. El escenario es mi único objeto visual. El duque, entre ropas rojas, no se cansa de argumentar la volubilidad de las mujeres, yo no lo culpo, con esa voz penetrante y hermosa puede decir de mí lo que le plazca.
Llega entonces y al fin, ese sonido que siempre me recuerda al fino canto de los pájaros, y otra vez vuelvo mis ojos hacia la orquesta. Las caras de los violinistas no son claras para mí, me siento molesta y ansiosa, quisiera tener una mejor visión de ellos. No importa ya, me es suficiente el
tururú tururú que no cesa, ése, el que me hace pensar en la dulzura de las aves. El duque no parece tan dulce, pero yo pienso en lo feliz que soy, en lo mucho que odiaría que la escena terminara… y por pensar soy castigada.
El duque habrá tenido razón con sus palabras, porque al finalizar su canto, éste es reemplazado por un sonido menos bello, pero esperado y merecido. El auditorio se ahoga en aplausos y yo sólo puedo imitar a todos los presentes, mientras mi corazón hace lo propio, obedeciendo a tal patrón.

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